Hace poco tenía una conversación -según quien presenciara la escena lo llamaría discusión, por la pasión de sus hablantes- sobre la necesidad, o la falta de ella, de recurrir a las etiquetas. ¿Dividen o visualizan? ¿Diferenciar: empodera o crea barreras? Mi interlocutor defendía que hay una tendencia a clasificarlo todo, y la clasificación distancia. Que el respeto debía imperar por encima de cualquier cualidad, que las características son tan numerosas, que las clasificaciones podrían ser infinitas. Todos formamos parte de un todo y eso es lo que debe contar, sin etiqueta. Por el contrario, yo exponía otra opinión: nombrar visualiza, y dar visibilidad, empodera. Dentro de un todo hay una norma que se estima por la generalidad como lo que existe, y aquello que subyace entre lo visible, se pierde sin adquirir esa misma entidad. Lo que se nombra existe. Lo que se nombra se define y se defiende. Puntos de vista.
Como hay conversaciones que en ocasiones quedan latentes como un ser vivo, su inercia me acompañó a varios escenarios esta semana. En el primer encuentro al que asistí de un club de lectura al que me acabo de unir, se polarizó la temática de los posibles libros a leer en torno a dos grandes categorías -dos etiquetas- defendidas por personas en contra o a favor de la ciencia ficción. Lo que la literatura había unido, la realidad lo había separado. Hablamos sin miramientos de los posible prejuicios del tipo de literatura que elegía la categoría opuesta. Aquello que nunca nos había seducido, podría guardar un as bajo la manga que no habíamos descubierto aún. O puede que no, lo que no habíamos descubierto preferíamos seguir tratándolo como una incógnita que no tenemos ganas de descifrar. Las diferencias me sorprendieron también en un obrador, los clientes elegían exquisiteces saladas o dulces. Sin belicismos, sin rencores, sin sentimiento de orgullo ni inferioridad. Sin ir más lejos, ayer en plena montaña la dualidad -en contra o a favor de seguir un mapa- separó al grupo que de común acuerdo habíamos escogido el entorno en el que respirar un sábado. Luego hablamos de política, sin común color, pero con consenso. Y escuchamos música, descubriéndonos otros ritmos.
Quizá sea utópico creer en la similitud que todos experimentarnos cuando nos sabemos diferentes, en la comunión de nombrar tantas realidades como sea necesario, para que existan, para que latan y se empoderen, fuerte y muy alto, al mismo tiempo que no se imponga ninguna por encima de otra. De todas las posibles clasificaciones de mi persona, creo que lo que más me define es el amor por la literatura realista, la música rock, la cocina mediterránea y la cerveza Mahou. Definíos como os dé la gana, si queréis, me lo contáis, prometo gritarlo tan fuerte como mi amor por Leiva.