Escribo
un verso
y espero
impaciente
a que se derrame el poema:
que
encuentre estructuras latentes,
un
puente colgante de ingenio,
que una
penínsulas de palabras
construyendo
una isla para vivir un rato.
Escribo
un verso:
el sol quemaba la hora punta de
tus miedos,
y se
apresuran otros verbos a desdecir el mediodía.
Hay una
llave a punto de abrir una habitación mal ventilada:
bombea
un desencuentro debajo del colchón,
como un
felino espera a su presa,
en la
sombra, afilando las uñas.
En la
trastienda se han dispuesto los paisajes de la nostalgia:
una
esfera amarilla, con urgencia por esparcir consonantes,
aglutina
arritmias de nombres propios,
ciudades
costeras y mares de vocales.
A veces
tarareo una coma
o dejo
en cursiva algún silencio.
Pero yo,
que sólo puedo ser espectadora,
me ciño
a los acentos y a la geometría del papel.