jueves, 14 de abril de 2011

Piano. Cinco letras. P I A N O. Escalas perfectas, con su Do y su Sol, sus bemoles. Sus teclas marfil y azabache. Piano. Las décimas de segundo que se emplean en pronunciar la palabra es el tiempo que tardé en enamorarme de Daniel, en el justo momento en el que me dijo- toco el piano-. Podría haber dicho la flauta travesera, el arpa, el archilaúd, la trompeta, el saxofón… Podría haber dicho – Hola, me llamo Daniel y toco el tambor en la banda de música de mi pueblo- le habría sonreído, habría arqueado las cejas en un amago de interés fingido y hasta allí habría alcanzado la anécdota musical. Pero no. Me dijo- Hola, me llamo Daniel y toco el piano, ¿conoces el Plaza? El año pasado improvisé allí algunas piezas de jazz-. Entonces en mi mente conexionaron la neurona -¿has oído lo que ha dicho?- con – ponte a temblar y que no lo note el pianista-. Es difícil temblar sin ser visto, pero más complicado es para mí estar frente a una persona que toca el piano y no empezar a pensar en momentos íntimos llevados a cabo en un salón donde únicamente hay un instrumento que suena solo, por cortesía de mi mente y mi apetito sexual. No es un fetiche, qué va. Es como el olor o una buena voz, sólo que elevado a su máxima potencia.

1 comentario:

Meme dijo...

Yo también toco el piano.

P.D. Adoro a los pianistas.